jueves, junio 24, 2010

Vade retro XXX


La Comisión de Justicia y Derechos Humanos de nuestro impecable Congreso de la República -crisol de sabiduría y virtudes ciudadanas- ha sumado a su reconocida trayectoria la reciente aprobación del proyecto de ley 3621-2009, que busca castigar con cárcel a todos los responsables de contaminar nuestra atmósfera mediática con "imágenes, mensajes o audios obscenos o pornográficos". El autor de tan edificante e histórica propuesta es nada menos que Ricardo Belmont Cassinelli, recordado inventor y difusor de las "pastillas para la moral", cuya devoción por nuestra infancia -amenazada inclementemente por calatas demoniacas que acechan desde cada quiosco, pantalla de TV o cabina de internet- diole el ímpetu necesario para emprender una auténtica cruzada contra "los procesos de degradación moral que se yergue en estos momentos sobre nuestra sociedad" (sic). Así, en su exposición de motivos, este santo varón deja en claro y en impecable castellano, que "no creamos lo que dicen los que defienden la pornografía de que sólo 'la más fuerte' (es decir aquella que exhibe directamente el acto sexual o los órganos sexuales) es dañina o ilegal. Pues hay estudios que confirman que la pornografía considerada 'leve' (la que se ve en algunos programas de televisión, diarios o revistas indecentes) causan más crímenes sexuales que la pornografía más desembozada y fuerte”. 

Estáis pues advertidos, majaderos abogados del porno light, nada de bikinis, falditas desvergonzadas ni pantalones apretados, arded todos en el averno, pues nuestro parlamento está aquí para proteger nuestras frágiles y descarriables mentes, y para librar a nuestros niños y adolescentes de malhadados vicios manuales, que deben preocuparnos más que minucias materialistas e irrelevantes como el analfabetismo o la desnutrición, asuntos imperceptibles cuando el espíritu se fortalece. Amén.

martes, junio 22, 2010

Alas

 
 
Ante sí se revelaba un horizonte pletórico de posibilidades, un vasto mundo por descubrir, abundante en misterios que incitaban su curiosidad, que despertaba luego de un largo y penoso letargo. Atrás quedaría la ominosa pesadilla del encierro. Pero, ¿de qué vale engañarse? En realidad, aquel claustro del que ahora pretendía huir y del cual despotricaba sin concesión, lo había albergado cuando más lo requería, en momentos de tormentosas vivencias. Es más, aquella celda sin luces había sido obra suya, aunque los recuerdos de tales hechos le resultasen hoy nebulosos a su memoria. No recordaba ya que el mundo nuevo al cual pretendía con ímpetu lanzarse era en verdad conocido, y sus supuestos descubrimientos no serían más que reencuentros con tiempos idos. No importaba. El reto se abría ante sus ojos, y el abismo insondable le resultaba irresistible. Sin embargo, no fue capaz en su entusiasmo, de percibir a tiempo un detalle. Ya no tenía alas...


martes, junio 01, 2010

Máscara




Sólo parcial y temporalmente atenuó el tiempo la angustia, pues tan perturbadora experiencia no podía evanescerse sin dejar huella. La duda referida a la existencia de los demás no halló jamás esclarecimiento completo, y aunque desprovista durante largos periodos de mayor repercusión emocional, hasta el punto de la autocrítica sarcástica -mas siempre discreta-, confirió de todos modos a su carácter un halo de inseguridad vital y una perpetua incapacidad para considerarse plenamente como parte de aquella entelequia que suelen los demás denominar humanidad. Se sabía humano, y como tal vivía y padecía, y compartía anhelos, alegrías y odios con sus pares. Pero esa distancia existencial resultaba infranqueable. Quizás los otros la vivían también, pero le restaban importancia; tal vez la sufrían igualmente, pero en silencio. Mejor era entonces disimular, camuflarse entre la gente, aparentar ser uno más. Crear una máscara que borrase ante el mundo tan aciago descubrimiento... el mismo hecho de considerarlo descubrimiento y no solamente idea, significaba que aquello había echado raíces en su mente, que lindaban con la conviccionalidad. No importaba, debía erradicar el concepto de esencia y privilegiar lo perceptible, en aras de su estabilidad. Ser parte del mundo, así fuese sólo en apariencia. Lo sería entonces en apariencia también para sí mismo. La intensidad de sus vivencias debía sepultar sus temores, neutralizando su poder corruptor, como la cal viva en los antiguos entierros. Pero la apariencia no deja nunca de serlo, y por más ahogado que se encuentre en excesos, el ego auténtico -o lo que haga las veces del mismo- finalmente regresa a la luz. Y vuelven las tinieblas...