jueves, mayo 01, 2008

Número 6



El prisionero fue una serie de televisión británica emitida entre 1967 y 1968, protagonizada por Patrick Mc Goohan. Muy sucintamente, trata sobre un agente del servicio secreto que renuncia a su organización, siendo luego secuestrado y recluido en una misteriosa localidad conocida como La Villa, en donde recibe la denominación de Número 6. A lo largo de los 17 capítulos, La Villa se revela como un lugar aparentemente hospitalario y agradable, con toda clase de comodidades. Pero tras esa atmósfera de amabilidad se encuentra una férrea y omnipresente administración, que controla todos los aspectos de la vida de sus habitantes, hasta en sus más mínimos detalles, y que no permite disidencia alguna. El líder visible de La Villa, conocido como el Número 2, somete al Número 6 a toda clase de estrategias destinadas a doblegarlo y averiguar por qué renunció, sin conseguirlo nunca; éste evade ingeniosamente todas las tretas, se muestra siempre reacio a admitir su apelativo numérico e intenta huir del lugar repetidas veces, lográndolo al final, irónicamente junto con el Número 2, carcelero y prisionero a la vez.

La serie resulta una alegoría bastante clara del individuo que lucha por su autonomía en contra de un sistema opresor. Para muchos, dicho sistema opresor encuentra su equivalente en regímenes totalitarios, sean éstos de índole fascista o comunista, en contraposición a la democracia (quién sabe simbolizada en una de las últimas escenas del capítulo final por el Palacio de Westminster). Podemos, sin embargo, tomarnos la libertad de extender metafóricamente un poco más los límites de La Villa, e incluir a toda la sociedad. Así, podríamos decir que la mayoría de nosotros vivimos parametrados por innumerables reglas y restricciones, cuyas motivaciones y fundamentos por lo general ignoramos parcial o totalmente. Y más que eso, no nos interesa conocer dichas motivaciones y fundamentos, o hacemos poco o nada por averiguarlo. Simplemente, así son las cosas, y seremos felices y viviremos cómodos y tranquilos, sin problemas, mientras nos adaptemos y no hagamos preguntas incómodas. Como en La Villa. ¿Por qué debes amar a tu patria? ¿por qué tienes que creer en dios? ¿por qué hacer una cosa y no la otra? Respuestas abundan, no lo dudo, pero ¿son en realidad las respuestas o solamente argumentos que muchos hemos aprendido a utilizar como tales, al punto de haberlos introyectado como propios, pero cuyos orígenes ni siquiera conocemos? Dicen que sin reglas el sistema colapsaría y sobrevendría el caos. Sin duda alguna pero, ¿todas las leyes, reglas, normas sociales y costumbres ancestrales (agregaría: prejuicios) contribuyen realmente a alejarnos del monstruo de la anarquía y de la muerte social? ¿O quizás muchas de ellas son solamente fantasmas de antiguas necesidades o existen esencialmente para la supervivencia de subsistemas que no necesariamente integran a la mayoría? La adaptación a nuestro medio social nos aleja de la tan temida soledad, al punto del sacrificio de nuestra propia individualidad; vale la pena citar aquí a Erich Fromm: "La mayoría de la gente está convencida de que, mientras no se la obligue a algo mediante la fuerza externa, sus decisiones le pertenecen, y que si quiere algo, realmente es ella quien lo quiere. Pero se trata tan solo de una de las grandes ilusiones que tenemos acerca de nosotros. Gran número de nuestras decisiones no son realmente nuestras, sino que nos han sido sugeridas desde afuera; hemos logrado persuadirnos a nosotros mismos de que ellas son obra nuestra, mientras que, en realidad, nos hemos limitado a ajustarnos a la expectativa de los demás, impulsados por el miedo al aislamiento y por amenazas aún más directas en contra de nuestra vida, libertad y conveniencia" (El miedo a la libertad, 1941).

Quizás todos seamos números en una enorme Villa. Algunos aparentemente dirigiendo y otros sometidos, pero todos al fin y al cabo prisioneros, sin saber las razones y sin conocer al Número 1.