domingo, noviembre 02, 2008

Día de los muertos (2)


 

Hace algunas semanas, estando en el Camposanto de Pisa (Italia), llamó mi atención la tumba del científico Fabrizio Ottaviano Mossotti; sobre la misma se encontraba la figura esculpida en mármol de una bella mujer en una posición bastante sugestiva. De primera intención me pareció contradictorio coronar con tal monumento a la vitalidad el lugar de eterno reposo de un occiso. Una reflexión posterior, sin embargo, me llevó a la siguiente pregunta: ¿por qué dicha estatua femenina -tan radiante y perfecta en sus formas- no podría representar a la muerte, esperándonos anhelante pero con la serenidad de quien se sabe inevitable? ¿Tiene que ser la muerte necesariamente simbolizada de un modo abominable? Me viene a la memoria el siguiente escrito de Ramón Sampedro, aquél que se las ingenió para poner fin a su existencia, tormentosamente limitada por una tetrapejia:

"Prefiero a la otra

No me vendo, vida, por tan poco placer,
es tan despreciable el amor que me das,
tu mezquindad me ha vuelto orgulloso,
prefiero dejarte, esperaba de ti más generosidad.

La muerte es mi amiga, la quiero y la respeto,
no importa que me la nombres de negro,
espantosa y fría. Lo que queremos y deseamos,
siempre parece hermoso a nuestro mirar.

Si os comparo en hermosura,
esa señora que tú me muestras tan horrorosa
me gusta más.

Mezquina vida, no me convencen tus malas artes,
porque la llames fea, horrorosa, a tu rival.
Ella es la otra, la que yo quiero, la deseada.
Me voy con ella, quiero librarme de tus cadenas,
de tus mazmorras, de tus hedores.
¡No te soporto, me hueles mal!

No me impresionan tus artimañas de embaucadora.
No soy un niño al que consigas
con espantosos cuentos de miedo hacer temblar.
¿De qué me sirve que tus lacayos me tengan presoy encadenado?
¡No te deseo, ni volveré a desearte nunca jamás!

Amiga mía, tú que algún día tanto me amaste,
y de belleza tanto me hablaste,
déjame libre de tus cadenas
y no permitas que tu venganza llegue al final".


Ignoro hasta el momento qué o a quién representa la mujer de la tumba de Mossotti. Pero la posibilidad de ver en ella una alegoría de la parca no se me hace ya extraña.

 
 
 

jueves, mayo 01, 2008

Número 6



El prisionero fue una serie de televisión británica emitida entre 1967 y 1968, protagonizada por Patrick Mc Goohan. Muy sucintamente, trata sobre un agente del servicio secreto que renuncia a su organización, siendo luego secuestrado y recluido en una misteriosa localidad conocida como La Villa, en donde recibe la denominación de Número 6. A lo largo de los 17 capítulos, La Villa se revela como un lugar aparentemente hospitalario y agradable, con toda clase de comodidades. Pero tras esa atmósfera de amabilidad se encuentra una férrea y omnipresente administración, que controla todos los aspectos de la vida de sus habitantes, hasta en sus más mínimos detalles, y que no permite disidencia alguna. El líder visible de La Villa, conocido como el Número 2, somete al Número 6 a toda clase de estrategias destinadas a doblegarlo y averiguar por qué renunció, sin conseguirlo nunca; éste evade ingeniosamente todas las tretas, se muestra siempre reacio a admitir su apelativo numérico e intenta huir del lugar repetidas veces, lográndolo al final, irónicamente junto con el Número 2, carcelero y prisionero a la vez.

La serie resulta una alegoría bastante clara del individuo que lucha por su autonomía en contra de un sistema opresor. Para muchos, dicho sistema opresor encuentra su equivalente en regímenes totalitarios, sean éstos de índole fascista o comunista, en contraposición a la democracia (quién sabe simbolizada en una de las últimas escenas del capítulo final por el Palacio de Westminster). Podemos, sin embargo, tomarnos la libertad de extender metafóricamente un poco más los límites de La Villa, e incluir a toda la sociedad. Así, podríamos decir que la mayoría de nosotros vivimos parametrados por innumerables reglas y restricciones, cuyas motivaciones y fundamentos por lo general ignoramos parcial o totalmente. Y más que eso, no nos interesa conocer dichas motivaciones y fundamentos, o hacemos poco o nada por averiguarlo. Simplemente, así son las cosas, y seremos felices y viviremos cómodos y tranquilos, sin problemas, mientras nos adaptemos y no hagamos preguntas incómodas. Como en La Villa. ¿Por qué debes amar a tu patria? ¿por qué tienes que creer en dios? ¿por qué hacer una cosa y no la otra? Respuestas abundan, no lo dudo, pero ¿son en realidad las respuestas o solamente argumentos que muchos hemos aprendido a utilizar como tales, al punto de haberlos introyectado como propios, pero cuyos orígenes ni siquiera conocemos? Dicen que sin reglas el sistema colapsaría y sobrevendría el caos. Sin duda alguna pero, ¿todas las leyes, reglas, normas sociales y costumbres ancestrales (agregaría: prejuicios) contribuyen realmente a alejarnos del monstruo de la anarquía y de la muerte social? ¿O quizás muchas de ellas son solamente fantasmas de antiguas necesidades o existen esencialmente para la supervivencia de subsistemas que no necesariamente integran a la mayoría? La adaptación a nuestro medio social nos aleja de la tan temida soledad, al punto del sacrificio de nuestra propia individualidad; vale la pena citar aquí a Erich Fromm: "La mayoría de la gente está convencida de que, mientras no se la obligue a algo mediante la fuerza externa, sus decisiones le pertenecen, y que si quiere algo, realmente es ella quien lo quiere. Pero se trata tan solo de una de las grandes ilusiones que tenemos acerca de nosotros. Gran número de nuestras decisiones no son realmente nuestras, sino que nos han sido sugeridas desde afuera; hemos logrado persuadirnos a nosotros mismos de que ellas son obra nuestra, mientras que, en realidad, nos hemos limitado a ajustarnos a la expectativa de los demás, impulsados por el miedo al aislamiento y por amenazas aún más directas en contra de nuestra vida, libertad y conveniencia" (El miedo a la libertad, 1941).

Quizás todos seamos números en una enorme Villa. Algunos aparentemente dirigiendo y otros sometidos, pero todos al fin y al cabo prisioneros, sin saber las razones y sin conocer al Número 1.



miércoles, abril 30, 2008

Entre vivos y plebeyos




Documental producido como parte del taller de documental 2002-I a cargo del profesor José Balado en la Universidad de Lima. Dir. Matías Vega. Año: 2002. Duración: 13 min.